Coordenadas antropológicas del
Centro de Estudios e Investigaciones Interdisciplinarias
Salus hominis

Principios y fundamentos antropológicos

1.1. Aclaración sobre los principios y fundamentos

El riesgo de explicar estos principios y fundamentos es aquel de “etiquetar” o, peor aún, hacer de la comparación un “oposición” con quienes tienen principios y referencias diferentes. El efecto es excluir al otro como sujeto no compatible con nuestros principios. El enfoque interdisciplinario no proporciona estos accesos directos, sino la capacidad de escucha en el respeto y la confrontación de ideas, basadas también en principios diferentes, pero empeñadas en el único camino a seguir, el de la racionalidad: el uso de la razón para analizar datos e interpretarlos. […] A menudo, cuando diferentes modelos científicos se combinan, se asiste a un diálogo imposible donde los principios y fundamentos de la propia hermenéutica se emplean para demostrar que los principios del otro carecen de fundamento.
Por el contrario, el riesgo de no explicar los principios y fundamentos es dejar todo en la indeterminación, confundiendo el verdadero diálogo con la cordialidad pacífica animada por el principio del relativismo absoluto, donde todo es posible, todo se puede decir, todo se reduce a privadas interpretaciones.

1.1.1. Premisa
En cualquier aproximación al hombre, sea religiosa, filosófica o científica, vale el principio que detrás de toda concepción antropológica siempre hay una cosmovisión (weltangshaung) más o menos explícita, una forma de entender la realidad en que vivimos, cuya consecuencia se revierte en la comprensión del ser humano. La cuestión del origen – que el mundo fue hecho por Dios o accidentalmente – tiene un gran valor y afecta profundamente la conducta de nuestras vidas,[1] porque conduce a la verdad acerca de nosotros mismos o a la mentira, orientando, en consecuencia,  todo nuestro pensamiento y actuación. En otras palabras, no podemos responder con certeza a la pregunta: “¿Qué debo hacer?” si primero no nos preguntamos: “¿Quién soy yo?” Y “¿De dónde vengo?”, enfrentándonos así a la cuestión del ser.
[…] Encontramos el modelo cristiano que es la opción por la creación en sentido estricto. Este acepta el ser como un don recibido y dependiente del Amor. En este sentido la dependencia de la criatura no tiene nada degradante para el ser humano, porque no es “disminución” de sí mismo y no implica una visión de la relación de competencia y de conflicto con el otro.
Somos conscientes de que el actual panorama cultural filosófico y científico, se presenta básicamente hostil a la idea de la creación,[2] por lo que nuestra opción metodológica de fondo no impedirá el diálogo con aquellos que, en los diversos campos de estudio e investigación, adoptan diferentes antropologías, sino a tender puentes a los que están cuestionando seriamente el origen y la naturaleza del hombre y la búsqueda de la verdad […]. 

1.1.2. El hombre creado a imagen y semejanza de Dios
El concepto básico de “imagen de Dios con la que el hombre viene definido por la teología cristiana, se refiere principalmente a la expresión del libro bíblico del Génesis: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza” (Gn 1,26). El hombre es una criatura que recibe su ser de Dios, el cual ha creado todas las cosas por amor y ha ordenado que el hombre sea el único ser visible “capaz de conocer y amar a su Creador»[3]. Hecho a medida de la imagen de Dios, el hombre está dotado por su naturaleza de facultades o funciones específicas que lo hacen capaz de entrar en una relación personal, sea con la realidad visible (mundo material), que con lo invisible (mundo espiritual). El hombre, de hecho, es una unidad compuesta de cuerpo y alma, en la que los dos co-principios de su ser forman  una unidad tan profunda como para determinar una sola naturaleza humana: el cuerpo material es cuerpo humano en cuanto está vivificado por el alma y, recíprocamente, el alma espiritual es alma humana en cuanto sostiene y da vida al cuerpo.[4] La persona humana es capaz de conocer y conocerse, de distinguir el bien del mal, de entregarse libremente a los demás; pero sobre todo, posee en sí mismo un anhelo de verdad y beatitud sin fin (la felicidad). La base de este dinamismo son las facultades internas de la inteligencia y de la voluntad que calificarán peculiarmente las relaciones individuales con el mundo visible, con las otras personas, con el mundo espiritual y el divino. […] Esta comunión de amor con el Padre se puede lograr en el ser humano cuando el Espíritu Santo se une a la persona para “elevar” sus facultades al conocimiento y al amor de Dios, a través del dinamismo de las virtudes teologales (fe, esperanza y caridad ), sentando así las bases para la reconstrucción de la originaria semejanza con Dios en la cual fue creado.[5]
Incluso la libertad personal – expresión de la altísima dignidad  del hombre – tiene sus raíces en la constitución íntima del ser humano. No es la independencia absoluta del individuo, sino una responsabilidad frente a su propio ser, recibido como don del Creador, que exige una acción coherente. Paradójicamente, la verdadera libertad consiste en la «obediencia», en la renuncia de la voluntad “propia” (es decir, un acto totalmente auto-referencial, que no se adapta a la condición de criatura) para adherirse plenamente a la Verdad.

1.1.3. El hombre “herido” en su totalidad
Desde el comienzo de su historia, “el hombre, tentado por el Maligno, abusó de su libertad levantándose contra Dios y deseando de alcanzar sus fines sin Él”[6]. El mal uso de la libertad es la verdadera alienación del hombre, que no sólo lo convierte en esclavo de los ídolos falsos, sino que desfigura la imagen original. […] Esta herida es un signo de la fragilidad de su condición corporal, percibida principalmente en el ámbito de la salud física que fácilmente se puede perder debido a una enfermedad, especialmente en relación con el final de su existencia terrena, realidad de la que no se puede sustraer. La íntima unidad que constituye y determina la persona está constantemente amenazada por la muerte física (que es separación entre cuerpo y alma), […] no pudiendo en modo alguno impedir su realización. Incluso la armonía interna entre sus sentimientos, su voluntad y su inteligencia, es alterada: el hombre a menudo se cierra en sí mismo, proyectándose sólo sobre sus necesidades y poniendo así en peligro su relación con los demás, […] A nivel espiritual […] la herida del pecado, le ha hecho perder al hombre su semejanza con el Creador, […] Esta dimensión sólo pueden ser recuperada a través del don del Espíritu Santo, que guía al hombre al conocimiento de la verdad sobre de sí mismo y su Dios, abriéndole las puertas de la vida trinitaria.
Precisamente por su condición histórica, el hombre es más susceptible a las seducciones de Satanás, que trata de disuadirlo de su objetivo final (el Bien). El espíritu del mal, el padre de la mentira y el príncipe de este mundo, sin dejar de actuar de diversas formas en la naturaleza  y en particular en el cuerpo humano, tiene como principal objetivo romper el vínculo vital que el hombre establece con el divino “árbol de la vida “(cf. Gn 2,9), que es la gracia de Dios […]

1.1.4. El hombre liberado en la Verdad (la defensa racional de la Verdad es la defensa del hombre)
En cada campo del conocimiento el hombre investiga para alcanzar la verdad (científica) demostrada a través del “instrumento” de la razón. Los nuevos descubrimientos científicos abren nuevas hipótesis a verificar. Incluso en el campo filosófico el amor por el conocimiento lleva al hombre a investigar racionalmente para conocer la verdad sobre las cosas, el hombre, las cuestiones ultimas de la persona. Se investiga poniéndose claramente preguntas que buscan respuestas. En el ámbito teológico se indaga sobre la vida del hombre haciéndose una idea del misterio de Dios o se investiga sobre la Revelación de Dios para tener una idea de quién es el hombre. La Verdad se nos da o está frente a nosotros para poder conocerla a través del uso de la razón. Este método lógico se aplica a las ciencias positivas, a la filosofía, a la teología.
La fuente de la cual partir para razonar sobre el hombre y el mundo es la auto-revelación de Dios contenida en la Sagrada Escritura y auténticamente interpretada por la Iglesia Católica que radica sus enseñanzas y su interpretación en la autoridad de la tradición como lo atestiguan los Padres de la Iglesia. Esto no significa vivir en el pasado sino vivificar el presente tomando la Verdad inmutable de la Revelación. Cómo buscar la verdad? Cómo dialogar razonando?

La razón es esencial, pero debe ser un acto de fe por medio de la voluntad. Este acto de fe no se puede hacer por la fuerza, sino en completa libertad; por esto, la fe no puede ser impuesta, sino propuesta. También buscar de convencer con la razón no garantiza el resultado porque siempre es necesario un acto de fe ya que la razón por sí sola no comprende el misterio. Por lo tanto, la razón es el medio para conocer y dialogar, pero por sí misma no es en grado de conocer a Aquél que la ha creado.
Un paradigma bíblico es que la realidad es creada a través del Logos y en vista del Logos.[7] A través de la razón puedo conocer la existencia de Dios y distinguir el bien del mal, en virtud de la ley natural inscrita por Dios en la creación. Sobre esta base, se inserta el diálogo con otros modelos teológicos, filosóficos y científicos. Cualquiera sea la fe, el hombre tiene la capacidad de diálogo con otro hombre que piensa diferente, en la búsqueda común de la Verdad que es independiente de lo que piensa uno u otro. Es la misma Revelación que dice que la Verdad es compatible con la razón. La racionalidad es el método universal para dialogar, conocer, descubrir nuevas realidades que pertenecen a la Verdad, pero que aún no están claras o desconocidas. Este es un valor fundamental en todos los campos del conocimiento: teológico, filosófico y científico.

1.1.5. La Unidad y la distinción del compuesto humano (la unidad cuerpo y alma incluye la dimensión espiritual que se diferencia de la dimensión psíquica)
[…] La humildad de reconocer que no somos los primeros en investigar la naturaleza humana, hace dirigir la mirada a la sabiduría escrita en los textos de los Padres de la Iglesia, Santos y místicos Doctores de la Iglesia. La cuestión antropológica, en su visión general, se reveló a través de la experiencia de la vida de fe y, secundariamente, fue tematizado en el proceso de inculturación con el mundo pagano y la filosofía de los griegos. Sin simplificar demasiado, los Padres y Doctores de la Iglesia, desde San Agustín a Santo Tomás, de Sant’Evagrio Póntico a San Juan de la Cruz, con idiomas y en diferentes contextos, han encontrado convergencias percibidas todavía hoy por el Magisterio de la Iglesia y de aquella que podríamos llamar “antropología cristiana”. La existencia del alma y ésta unida al cuerpo, siempre ha sido afirmada, a partir de la primacía del alma sobre el cuerpo en espera de la resurrección, a través de la unidad ratificada de sinolo (síntesis de materia y forma) hasta la actualidad visión integral del hombre; esto es una piedra angular de la antropología cristiana, puesto en discusión sólo en la edad moderna con el auge de la biología sobre los impulsos psicológicos y emocionales y, más específicamente, sobre la dimensión espiritual.
Una cuestión fundamental es la ambigüedad semántica de la palabra ‘psique’ o alma;  el alma es una naturaleza espiritual y sus facultades, el intelecto, la voluntad y la memoria, están unidos al cuerpo; pero si el término “psique” no significa el alma como se entiende  filosóficamente, sino sus facultades en sus dimensiones relacionales  intrapsiquica o sistemática, necesariamente hay que distinguir la naturaleza espiritual del hombre de la naturaleza psíquica. La dimensión psíquica no es idéntica a la dimensión espiritual del hombre, aunque los modelos laicos del pensamiento occidental, en muchos casos, endurecen su opinión de que la naturaleza animal del hombre se diferencia de los animales sólo por una dimensión psicológica más compleja o por una estructura biológica más avanzada; la mayoría de los seres humanos buscan el sentido de su ser hombre en dimensiones que superan lo biológico y lo psicológico. […] El don de Dios que es el Espíritu Santo, revelado en Cristo por el Amor del Padre, es ese rayo de luz que permite comprender la naturaleza espiritual del hombre creado.
En pocas palabras, la dimensión psicológica del hombre es distinta de la dimensión espiritual. Así podemos entender mejor toda la dinámica y no caer en el reduccionismos fáciles y enfoques pseudo-científicos.

1.1.6. El hombre entre la posibilidad y la presencia del mal
La historia del hombre (tanto del individuo como el conjunto de la humanidad), junto con las semillas del bien que recibe, tiene en sí la presencia misteriosa del mal, que se puede considerar en las diversas formas de injusticia, odio, malicia, destrucción, violencia, etc. Los seres humanos, siendo dotados de libertad, pueden hacer cosas dignas de elogio y aprobación (como el verdadero amor por los demás y la dedicación a la familia), como también pueden dar espacio a conductas merecedoras de censura y condena (como la supresión de vidas inocentes e indefensas).
Para representar el conjunto de las fuerzas del mal “que marcan negativamente, por desgracia, nuestras vidas, a menudo se recurre al diablo (Satanás) como un símbolo utilizado para indicar globalmente cuánto de” humano ” tiende al mal.
Al lado y más allá de la función simbólica que el término ‘diablo’ puede tomar, debemos reconocer que la forma común de entender la presencia del Maligno […] le da un significado personal. En particular, la Sagrada Escritura muestra la identidad de Satanás apareciendo como un ser espiritual que se opone radicalmente y de manera irrevocable al plan de Dios.

En cuanto criatura, Satanás está sujeta a las leyes naturales que rigen la creación, como espíritu (ser personal dotado de inteligencia y voluntad, pero no de un cuerpo físico) es capaz de realizar acciones que van más allá de la esfera humana y confinados junto a ella (acciones preternaturales). Satanás puede intervenir en el mundo de los humanos siempre y únicamente de acuerdo con las leyes de la creación, pero con frecuencia,  superando la capacidad actual de la comprensión y la acción humana, puede lograr efectos que aparecen extraordinarios y milagrosos. Por otra parte, actuando sobre la materia, puede influir sobre el cuerpo humano y por medio de él, alcanzar las facultades del alma; actuando sobre la psique puede proponer al hombre imágenes fantasiosas o provocar pensamientos obsesivos que causan perturbaciones a la misma, para confundirla, distraerla y debilitarla, impidiéndole de hacer el bien.
Sin embargo, él no puede obligar al hombre hacia el mal, sino sólo fomentar, a través de un ingenioso trabajo paciente y de seducción, comúnmente llamada ‘tentación’ (cf. Mt 4,1-11; Mc 1,12-13; Lc 4,1 -13; 1 Pt 5,8); puede tomar posesión de un cuerpo humano, pero no una posesión directa de la voluntad humana si ésta no la entrega la persona misma. Él utiliza la corporeidad humana y la lujuria tratando de doblegar la voluntad humana al  pecado y conducirlo siempre a un mayor rechazo explícito de Dios, pero esto requiere el consentimiento deliberado de la voluntad del hombre a la voluntad perversa que Satanás le propone. Precisamente a causa de su obstinada e incurable maldad (debido a la definitiva determinación al mal), Satanás no es una criatura dotada de la libertad – entendida como la capacidad de elegir libremente el bien – porque está vinculado al mal y de él depende: él no quiere el bien. A pesar que su poder sobre la creación es muy grande, lo suficiente como para ser llamado “príncipe de este mundo” (Jn 12,31; 14,30; 16,11), no se debe pensar que es un poder absoluto, ilimitado. Su naturaleza de creatura lo pone en condiciones de ser sometido a Dios en todo (cf. Gb 1,9- 12; 2,4-7; Mt 8,27-34) y a pesar del pecado del hombre que ha abierto y abre continuamente la puerta que lleva al dominio de Satanás, el Hijo de Dios vino al mundo para redimir al hombre, liberándolo del poder de las tinieblas (cf. Col 1,13) destruyendo las obras de Satanás (1Jn 3,8). La oposición radical entre Dios y Satanás no debe ser entendida en sentido maniqueo, como una lucha entre el principio universal del bien y del mal, sino como el “fracaso” de una criatura ante su Creador. La victoria de Dios sobre Satanás está ya sancionada, aunque todavía no totalmente completa; es la victoria de la Cruz, el triunfo del amor misericordioso […]. Los exorcismos realizados por Jesucristo demuestran la superioridad de Dios sobre el diablo y la sumisión de dicha acción a la voluntad de Dios. La acción de Satanás no se opone absolutamente al plan salvífico de Dios, sino al contrario, destaca el poder y la misericordia de Señor, que interviene en la historia para rescatar y salvar al hombre caído en el pecado y sujeto al dominio del reino de las tinieblas (cf. Ef 2,2; He 10,38; 26,18).

1.1.7. La acción unificadora de la gracia (el camino de la santidad y la lucha espiritual)
La acción destructiva y disgregante del pecado y del diablo, se opone a la acción santificadora  y unificadora de la gracia divina que opera invisiblemente en todos los hombres de buena voluntad, pero actuando con eficacia particular en aquellos que aceptan explícitamente en la fe el don del Espíritu Santo comunicado por Cristo a los Apóstoles y transmitido en la Iglesia mediante los Sacramentos. El cristiano recibe en el bautismo los “primeros frutos del Espíritu” (Rom 8,23), por el cual toda la persona es renovada interiormente, en la espera de la definitiva “redención del cuerpo”(ibíd.) que llevará a cumplimiento la plena conformación con la imagen del Hijo, resucitado a una nueva vida y subido al Cielo con su cuerpo humano.[8] La vocación a la vida eterna, superando la capacidad de la inteligencia y las fuerzas de la voluntad humana, depende totalmente de la iniciativa gratuita de Dios, porque sólo Él puede revelarse y darse a sí mismo,[9] pero ella requiere también la respuesta libre del hombre, que lo lleva a la conversión, es decir, lo conduce a la plena recuperación de los efectos de las heridas producidas en la naturaleza humana por el pecado original y los personales. Con el bautismo el hombre ‘renace’ a una vida nueva, participando en la vida divina (la misma vida de Cristo), pero no en modo completo y perfecto, sino como una semilla que debe crecer y desarrollarse. El progreso espiritual tiende a la unión cada vez más íntima con Cristo, a la que todos están llamados: “Todos los fieles, de cualquiera calidad y condición están llamados a la plenitud de la vida cristiana y la perfección de la caridad”.[10] […] El don de la gracia, […] puede mantenerse y mejorarse sólo a costa de una continua lucha contra el pecado y un ejercicio constante de las virtudes, […] A esta batalla interior se agrega la acción del demonio que busca de impedir, en los limites inherentes a su naturaleza creada y los impuestos por Dios, el progreso de la persona en el camino de la comunión con Dios. El conflicto interior entre el sí a Dios y el no al pecado y al diablo, puede ser deteriorado si se vive solamente a un nivel psicológico. Es importante que el cristiano no viva esta lucha como un esfuerzo exclusivo de la voluntad y el intelecto, sino que se abra a la dimensión propiamente espiritual, dejando actuar en él la gracia del Espíritu Santo; una lucha basada sobre el trabajo ascético, solamente de tipo moral o psicológico,  puede llevar a enfermedades graves como neurosis, depresión […] Para crecer en la caridad (la unión con Dios) es necesario escuchar frecuentemente la Palabra de Dios asimilándola en la fe, participar en los Sacramentos para recibir la gracia divina y el consuelo espiritual, aplicarse constantemente a la oración como diálogo con Dios, a la abnegación de sí mismo en lo que es contrario al amor de Cristo, al servicio activo de los demás, conforme a los compromisos de su condición. El Espíritu Santo inspira interiormente a los creyentes a amar a Dios con todo el corazón y con toda el alma, con toda la mente, con todas las fuerzas y amar al prójimo como Cristo ha amado; a tal fin Dios puede conceder dones y gracias especiales llamadas “carismas”, cuyo servicio está dirigido a la santificación personal y el bien común de la Iglesia. El don místico no es indicativo de santidad o privilegio y ni siquiera un ‘premio de fidelidad’ que el hombre puede lograr a través del ejercicio ascético, sino que depende exclusivamente de la libre disposición de Dios que, a través de él, llama a la persona que lo recibe a corresponder con una mayor responsabilidad y compromiso con una vocación específica. […]

1.1.8. Diagnóstico y discernimiento espiritual
Discernir el bien del mal moral, no es aún discernir espiritualmente. El primer significado de discernimiento espiritual, derivado de la experiencia y la tradición ignaciana, es discernir entre un bien y el bien para mí; la decisión debe ser adoptada libremente por la persona, pero si el sujeto que busca el bien para sí mismo toma su propia decisión sin confrontar la voluntad de Dios, retrocede en su capacidad para discernir hasta confundir  el bien con el mal moral, haciendo imposible incluso considerar el problema del discernimiento espiritual. Conocer la voluntad de Dios para decidir el bien para mí entre tantas posibilidades de opciones buenas, es un primer contenido del término discernimiento espiritual.

Un segundo significado, surgido de la experiencia y tradición carmelitana  y que va más allá de la distinción entre el bien y el mal moral, es discernir la acción de Dios o la acción del demonio en la vida espiritual del sujeto. Este significado adicional semántico de la palabra abre a un nuevo análisis de la realidad espiritual con la que el sujeto se relaciona cuando se pone en contacto con la dimensión espiritual que trasciende a sí mismo. Se trata de discernir  la acción de Dios en el alma y el engaño del demonio, para proseguir en el sano camino espiritual […].
El discernimiento espiritual en la mística y en la demonología se ha reducido gradualmente en la práctica cristiana en beneficio del discernimiento moral, hoy ampliado por las exigencias de la moral social y ecológica. Confundiendo el plano psicológico relacional con aquel más específicamente espiritual, la acción espiritual del hombre consistiría en hacer el bien, haciendo algo por los demás, tal vez en nombre de Dios para estar más seguro. A este vacío desolador que vive el mundo cultural católico y más ampliamente aquél de matriz cristiana, se añade la gama de posiciones psicológicas y modelos de pensamientos que, a priori, niegan la existencia de todo lo que no sea psíquico; por lo tanto el único enfoque no puede ser otro que una terapía psicológica o psiquiátrica […].
Según la tradición católica, la falta de verdadera fe y su sólida y equilibrada expresión, desvía al hombre hacia formas de esoterismo, de superstición religiosa y de investigación de lo religioso como un producto de mercado, “vendidos” por grupos y sectas con la “garantía” de la felicidad, la autorrealización y también de la auto divinización. En este escenario, es necesario hacerse cargo de las reales formas de disgregación de la psique, identificando modelos terapéuticos para el crecimiento personal y espiritual respetuosos de la libertad humana. Al contexto cultural […] anti-cristiano se asocia un proceso de globalización y aculturación donde se mezclan formas inusuales de  religiosidad o de otras antiguas tradiciones religiosas. El diagnóstico y el discernimiento se vuelven más complejos y requieren cuidadosos puntos de referencia para una apertura hermenéutica considerando los síntomas y el malestar de toda la dimensión del hombre.

2. Metodología para el estudio e interpretación de la naturaleza humana

2.1. La búsqueda de un método
Los principios y valores descriptos en el párrafo anterior constituyen una premisa del conocimiento de lo humano en clave de antropología cristiana, para estudiar y sobre todo para favorecer una comparación con otros sujetos cristianos o no. Esta visión  se considera no sólo útil sino también necesaria para desarrollar una metodología de trabajo, que trata de adoptar un enfoque multidisciplinario con fragmentos de interdisciplinariedad en el estudio y la interpretación de la naturaleza y del ser humano.
2.2. La necesidad de la interdisciplinariedad […]
2.3. La referencia a los métodos ya conocidos […] 2.4. La investigación fenomenológica […] 2.5. Más allá de las fronteras de la ciencia tradicional […] 2.6. Relación entre ciencia y fe […]

 

3. Cuestión de semántica
La función esencial del lenguaje verbal (ya sea hablado o escrito) es transmitir conceptos de los diferentes temas a través del uso de las palabras (o signos) a los que se les atribuyen significados específicos.
Para un adecuado diálogo (o intercambio de información) es necesario, por tanto, que a las palabras utilizadas en la comunicación se les asigne el mismo significado para todos los que toman parte en ella. En un contexto interdisciplinar (o multidisciplinar), este requisito es aún más fuerte […].
3.1. Glosario […]

 

[1] Cf J. RATZINGER, In principio Dio creò il cielo e la terra, Lindau, Torino 2006, pp. 130-131.

[2]  J. RATZINGER, Lectio Magistralis, 14 de marzo del 1979, Facultad de Teología católica de la Universidad de Salisburgo, op.cit., pp. 113-128.

[3] CONCILIO ECUMENICO VATICANO II, Gaudium et Spes, 12.

[4] “La Iglesia enseña que toda alma spiritual es creada directamente por Dios – no producida por los padres – y es inmortal; ella no muere al momento de su separación del cuerpo con la muerte y de nuevo se unirá al cuerpo en el momento de la resurrección final” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 366).

[5] En la doctrina de San Ireneo, la imagen de Dios en el hombre tiene referencia con su constitución ontológica [ … ] La ‘semejanza’, en cambio, se refiere a la relación de comunión personal entre el hombre y Dios que, después del pecado debe ser restaurada a través de la gracia del Espíritu Santo.

[6] CONCILIO ECUMENICO VATICANO II, Gaudium et Spes, 13.

[7] “Todo fue creado por medio de El y en vista de El” (Col 1,16).

[8] CONCILIO ECUMENICO VATICANO II, Gaudium et Spes, 22.

[9] Cf Catecismo de la Iglesia Catòlica, n.1998.

[10] CONCILIO ECUMENICO VATICANO II, Lumen Gentium, 40.

 

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